martes, 28 de junio de 2011

Mirar

¿De qué hablaban tus lágrimas
zambulléndose en el océano de mi pecho?


Cuando se logra mirar, intensamente,
Sin ojos, sin luz,
Se puede alcanzar un punto máximo de visión
Donde no hace falta ver
/ni pensar
Allí se encuentra el alma
/intangible, invisible
Allí se esconde la esencia
/que se busca y se espera
/siempre.


Mirar más allá
/de lo que se muestra
En esas máximas irrefutables
Que naturalmente
Llamaron verdades
Alimento lógico del “orden”
Orden cual desordenadamente engorda
Las causas de las miserias
Más alimentadas.


Mirar más allá
/de lo real
/de la realidad corrompida
Por sus fabricantes
Escultores del terror
Profetas de la inacción
Dueños del papel /no así de la pluma
Artífices del moralismo /artificial
                                      /desmoralizante.
Jaulas para el animal
Tijeras para los vuelos.


Mirar más allá
/del calendario
Con narraciones constantes
De historias oficiales
Contadas por el vencedor;
Cómo una cámara de fotos
Intenta retratar
El futuro
Sin tener presente
Cámara sin rollo /sin tarjeta de memoria


Mirar más allá
/de si mismo
Del ombligo
Que se ensancha desparejo
                           /veloz
Hasta absorbernos al vacío
Del mundo indiferente.
Tan lejano / tan cercano.


Mirar más allá
/de la violencia silenciada
/de la pasividad que hace ruido
/de lo masivo solitario
/de la riqueza y la pobreza
/de lo efímero, de la materia
/de lo bueno, lo malo, lo negro, lo blanco, lo puto, lo macho
/de los días y las noches


Mirar más allá
/del miedo al reloj
Que se hace tarde
Que es peligroso
/el dolor / el perder,
La angustia de no poder
De no entender
De querer y no saber
De saber y no querer.   


Mirar más allá
/no hace falta ver
El fuego para quemarse
Con el deseo
/arder
/la imaginación,
Con lenguaje de poeta
De albañil o costurera
/sin peros
/sin ataduras
Sin más que un latido
Que lucha y se esfuerza por decir:
Mirar más allá es
/primero /mirar más acá.




jueves, 9 de junio de 2011

Breve relato con aroma a Olivo.

Perfumada por la luna y con textura de mujer, creció entre atardeceres riojanos. De la tierra regada con horizontes montañosos, cerca de cactus y no muy lejos de los andes, el campo de olivos se encuentra alambrado y a su alrededor, mezclándose con el paisaje, unos carteles corporativos se camuflan como gigantes camaleones entre tonalidades marrones y verdes.
Ella pasa los días silbando a lo bajo, tomando color y forma junto a sus hermanas, colgada del racimo más alto, bailando el susurro del viento, tomando sol norteño, deseando ser madre, semilla que brota y da a luz. La siesta habla en silencio cuando el zonda trae un pardo sentimiento.
Ernesto trabaja para la cosecha, cinco hijos, y un humilde rancho, extraña el sonido de la lluvia, todos los días se acuesta temprano para madrugar el alba siguiente; por las mañanas busca agua y por las tardes, mientras canta una vidala, recolecta las mejores, las seleccionadas finas de exportación.
Su deseo, como el de tantas otras, es no ser enfrascada, vendida, comida ni defecada; parte de la cadena alimenticia, productiva y despiadada.
El hombre piensa en su futuro, pero se detiene en el presente. Siente los besos de su mujer, los abrazos de sus hijos, el amor aimogasteño, lo mucho que trabaja, lo poco que tiene y sin embargo una sonrisa ancestral invade su rostro.
Mientras la mira, piensa que es perfecta (ella también lo mira a él), que nunca vio ninguna igual (nunca antes había visto una sonrisa). La saluda con el cariño propio de las facciones curtidas, cachetes pincelados por la puna, manos de pueblo que desea, sufre y goza. Ernesto, en un gesto con el cuerpo, le da gracias a la primavera, luego toma la olea con sus dedos: pulgar e índice la sostienen para desprenderla con la fuerza que solo nace del espíritu y las entrañas; al mismo tiempo ella se suelta, se deja llevar, fluye libremente rumbo al otro lado de lo conocido, cierra sus poros y abre la carne de su frutal hermosura. A pesar de su pequeño tamaño la sostiene con ambas manos, la observa como se contempla al amor enamorado, la besa con la historia, la abraza con la leyenda y recuerda a su abuelo hacer lo mismo, suspira… Lentamente come una mitad de su cuerpo y a la otra mitad la entierra con cuidado, cubriéndola de hojas en el suelo.
Ella dice adiós con el sueño cumplido, yace con medio carozo desnudo, se marcha intacta de felicidad y tristeza, quién sabe donde y hasta cuando.  
Al despedirse, mientras canta otra vidala, el hombre camina llenando la canasta de aceitunas que después serán enviadas a Buenos Aires, donde serán envasadas y luego embarcadas a otros mundos, donde el verde no representa la paz, ni la paz es verde…